Lila encuentra su voz



Con un Disco de Platino recién ganado, una nueva película y un musical de Broadway en camino, la cantante Lila Downs se encuentra en el momento más exitoso de su carrera. ¿Qué tuvo que pasar para que llegara hasta donde está?
Por J.H. Hernández

Por J. H. Hernández / Con Información de Lizbeth Hernández / Fotos de Rodrigo Vázquez
Lila Downs tenía dieciséis años cuando un infarto sorprendió a su padre. Estaban los dos solos de visita en la ciudad de Oaxaca cuando él repentinamente se puso mal. Ella pidió ayuda a alguien que pasaba por ahí. Lo subieron a un coche para llevarlo al hospital, pero fue demasiado tarde. Allen Downs, un fotógrafo, pintor, cineasta y biólogo originario de Minnesota, miembro del Partido Comunista, murió a los sesenta y ocho años.

Lila tuvo que avisar a su mamá, Anita Sánchez, que Allen había muerto. Se lo llevaron hasta Tlaxiaco, en el noroeste del estado de Oaxaca, el pueblo donde Lila había nacido.

Después de la muerte de Allen Downs, Anita y Lila, que vivían en Los Ángeles, donde Lila estudiaba canto, se mudaron a Tlaxiaco con Matilde Sánchez, la abuela. “Como que todo se me apagó, todo en ese momento no tenía valor para mí…, duró unos días. Luego me puse a pensar que tenía a mi mami, que tenía una hija, y recapacité y volví a renacer”, recuerda Anita.

Las mujeres comenzaron a percibir que la falta de un hombre en el hogar era tomada como una debilidad en el pueblo, un motivo para despreciarlas. De manera tajante, los vecinos le retiraron la palabra a Lila, quien se enteró pronto de que esa indiferencia se debía a que un joven había sembrado chismes sobre ella. “Me empecé a dar cuenta de que estaba cabrón, y ahí fue donde empecé a tomarle la rienda al asunto, y dije no, yo no me voy a dejar, voy a hacer cambiar la actitud de la gente”, recuerda Lila. En vez de esperar a que los rumores se disiparan, Lila demandó al difamador. “Supe que hay que buscar la manera legal de encontrar tu derecho como mujer… Fui aprendiendo que yo tenía el poder en mis manos, podía defenderme. Eso me hizo madurar”, dice.

A los dieciocho años, Lila se fue del pueblo y entró a la Universidad de Minnesota para estudiar Antropología y continuar trabajando su voz. “Estaba en una búsqueda de mí misma y también de encontrar cosas que me motivaran más, quería saber más de la vida, más de la música”. Su crisis de identidad también tenía que ver con sus orígenes indígenas.



Lila empezó a sentirse insegura. “Mi maestro de canto decía de las operistas rubias: ‘Es que ella es perfecta, tiene el color de pelo perfecto, camina perfecto, canta perfecto’. Como estás en ese entorno de música clásica, empiezas a decir: [se agarra el pelo] ‘Esto como que no…'”. Lila empezó a usar peróxido para que su cabellera se fuera aclarando poco a poco. “Hasta el punto de que me decían en Minnesota: ‘Oye, ¿y tú dónde te asoleas? Qué bonito tono de piel tienes’. Asumían que yo era güera pero con bronceado”, dice.

Ese ambiente tan demandante, esnob, rígido y competitivo hizo que Lila se desencantara de la música clásica. Tanto así que dejó no sólo las clases de canto, sino la universidad, para dedicarse a vivir en la calle, donde vendía pulseras y cantaba para sobrevivir. Eran los años ochenta, y se unió durante los siguientes dos años a los Deadheads, los fans de la banda Grateful Dead, que los seguían en sus giras por Estados Unidos y que, como ella, buscaban las respuestas que no encontraban en la vida convencional. En el grupo encontró hermandad, igualdad y amor, elementos que le ayudaron en ese momento tan confuso.

Anita, la madre de Lila, no estaba de acuerdo con este estilo de vida. De hecho, estaba horrorizada. “Ella se preocupó mucho, me desheredó, me dijo que ya no tenía hija. Me dejó de hablar lo que para mí parecían siglos, pero en realidad fueron como dos meses, y en esos dos meses como que sí reaccioné: ya sin familia, yo sola, estaba difícil”. La forzó a ir con un psicólogo, pero a Lila no le funcionó. “Al contrario, creo que me agredió tanto que me di cuenta de que tenía que buscar otras soluciones a mis problemas, me ayudó a entender que al arte me ayudaba en eso. El arte es mi terapia”, dice.



Lila dio la media vuelta y retomó sus estudios en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Hizo su tesis sobre los textiles triquis de la región Mixteca y las mujeres que los fabrican, y descubrió en ellas una forma diferente de representar el mundo. Se tituló. También se dio cuenta de que era bonita con su pelo negro. Pero algo queda de esa época dentro de ella. “Cuando te vuelves hippie, jamás dejas de serlo. Es un pasaje a una libertad, y ya de ahí no hay regreso”.

Una tarde le dijeron que un señor de Ticuá, un pueblo indígena de la región, la andaba buscando. Cuando la encontró, le dijo en un español entrecortado: “Vengo a pedirle por favor si usted puede traducir este documento”. Lila empezó a leer el papel, escrito en inglés. Se dio cuenta de que era un acta de defunción, la del hijo de aquel hombre, un joven que había muerto ahogado en un intento por entrar a Estados Unidos. El cuerpo había sido repatriado, y el hombre lo traía en una camioneta. “Se me movió el mundo. Me dije: ‘Es bien importante que al menos se platique en nuestra comunidad, en la Mixteca, sobre este asunto que nos está afectando’. Entonces compuse ese tema que se llama ‘Ofrenda'”. Así fue como Lila empezó a conectar su visión antropológica —al hermanarse con afectados por la discriminación y la violencia, mujeres maltratadas y con la inmigración ilegal— con su sensibilidad y aquello que se le daba de forma natural: cantar.

Mercedes Sosa fue una fuerte influencia en ese sentido. “Sentía que en la música faltaba algo, pero cuando conocí la música de Mercedes Sosa, hubo un clic dentro de mí, porque ella era una artista que estaba cantando cosas en las que creía, y además era un instrumento maravilloso. Antes conocía ese tipo de música, como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, pero no me convencían del todo. En cambio, cuando la oí a ella, era como otro mundo, ahí sí ella representaba la madre tierra, muchas cosas que para mí eran importantes”, dice.

Al poco tiempo, Lila comenzó a actuar como vocalista de Trova Serrana, un grupo cuyas canciones se basaban en los valores de la comunidad zapoteca. Pronto se dio cuenta de que no sólo quería ser intérprete. “Tenía que encontrar el espíritu de las canciones”, recuerda. A principios de los años noventa decidió ser cantante profesional. Sabía que al encontrar el espíritu de las canciones se acercaría a ella misma.

La mamá de Lila Downs se llama Anastasia Sánchez Sánchez. Es una mujer de origen mixteco que nació y creció en el municipio San Miguel El Grande, en las montañas de Oaxaca, un pueblo dividido en rancherías que es vecino de comunidades como San Miguel Achiutla, Santiago Jamiltepec, Santiago Textitlán y Tlaxiaco.

Anastasia, más conocida como Anita, tuvo una infancia y adolescencia difíciles. Era hija de una madre soltera, Matilde Sánchez, quien para obtener ingresos vendía pulque en el mercado del pueblo. Esa actividad provocaba que los borrachos no dejaran de rondarla. Eso incomodaba a Anita, que comenzó a desarrollar una visión peculiar de los hombres. A los quince años se le impuso el matrimonio con un tipo abusivo. No aguantó. Una noche, mientras su marido roncaba luego de una parranda, decidió escapar rumbo a la ciudad de México con lo que llevaba puesto.

Anita se instaló en la capital en 1958. No hablaba bien español. Al poco tiempo aprendió el idioma, aunque nunca perdió su acento. Para ganar dinero empezó a hacer lo que se le daba bien: cantar. Fue contratada en un cabaret —aunque ella ahora dice que era una cafetería.

Una noche de 1961 llegó a aquel lugar Allen Downs, un profesor de arte de la Universidad de Minnesota que estaba en México para filmar el vuelo de un ave que viajaba de Canadá a la Península de Yucatán. “Lo conocí porque un compadre mío, que era muy amigo de Allen, nos presentó”, cuenta la señora Anita. “Él no hablaba español ni yo inglés; según mi compadre, yo impacté su corazoncito del señor, y ya no fue posible que él me perdiera de vista, y así siguió yendo a verme, empezamos a tener amistad”. Allen se había enamorado de ella.

Anita quiso llevar la relación con calma y le puso ciertas condiciones a Allen, sobre todo cuando supo que estaba casado. Él aceptó, fue a Estados Unidos y se divorció. Luego regresó a México.

“Mi mamá siempre me lo dijo abiertamente: yo me casé con tu papá porque era un hombre que me respetaba muchísimo. Las dos, mi mamá y yo, tenemos alma de algún animal salvaje, tendemos a caer en relaciones que no son buenas para nosotras, pero yo creo que el corazón se va alineando con el cerebro y dice: ‘Entra en razón, por favor’. Él fue aliado de mi madre, y ella le fue fiel todo su matrimonio”, cuenta Lila.

Anita y Allen se casaron y se establecieron en Tlaxiaco. “Tuvimos que esperar un tiempo porque no quería yo embarazarme, porque tenía miedo yo a mi matrimonio”, dice Anita. Pero el temor pasó, y el 19 de septiembre de 1968 nació Ana Lila Downs Sánchez.

La historia de Lila corre de manera sorprendentemente paralela a la de su madre. A Paul Cohen, su actual esposo, también de origen estadounidense, le gusta bromear y decir que iba pasando por Tlaxiaco, que su camioneta se descompuso y que en la refaccionaria vio a una chica hermosa de la que se enamoró. Pero no fue así. A principios de los noventa, Lila se presentaba en bares de la ciudad de Oaxaca, y se conocieron en una “noche de mezcales”. Paul era músico de jazz y cirquero, y se convirtió en su cómplice musical y su pareja. Hasta la fecha lo es, es el arreglista de la banda y está casado con ella.

A principios de los noventa, Lila pasó un año en Filadelfia con él, donde la semilla del jazz que había sembrado Allen Downs, fanático de John Coltrane y Miles Davis, empezó a florecer. Ahí, además de aprender un poco sobre la industria musical, Lila y Paul daban pequeños conciertos en bares, donde iban experimentando qué funcionaba y qué no sobre el escenario.

Regresaron a Oaxaca y, en 1994, Lila grabó su primer material discográfico producido de manera independiente, Ofrenda, que contenía temas tradicionales oaxaqueños y mexicanos, además de otros escritos por ella, como la canción homónima que compuso inspirada en los migrantes. No tuvo mucho éxito, ni siquiera fue lanzado en CD. Pero después, en 1996, grabaron un concierto en vivo, Azuláo, que comenzaron a distribuir de mano en mano y que empezó a enganchar a sus primeros fans más allá de los bares.

Lila y Paul empezaron a presentarse en El Hábito (que hoy se llama El Vicio), en Coyoacán, en la ciudad de México, toda una institución en el teatro revoltoso y la música independiente, creado por la directora de teatro Jesusa Rodríguez y la compositora Liliana Felipe. “Era muy divertido. Jesusa [Rodríguez] y Liliana [Felipe] tenían sus obras de teatro ahí, era un centro donde adoptaban a cualquier artistilla que venía de fuera”, dice Lila.

En 1998, en el bar El Sol y la Luna de Oaxaca, Betto Arcos, locutor y programador de la estación KPFK de Los Ángeles, escuchó a Lila, y empezó a programarla en la ciudad estadounidense. También la invitó a dar un concierto en la estación, y se transmitió en vivo. Fue un éxito. Al año siguiente, Lila lanzó el álbum La Sandunga y firmó con la disquera Narada World. Se empezaba a abrir camino hacia el mercado internacional.

Con La Sandunga, Lila logró llamar la atención con su propuesta que mezclaba jazz, blues y bolero con la música tradicional mexicana. Ese eclecticismo se volvería su sello. Después pasó de las canciones populares oaxaqueñas al misticismo y simbolismo (Árbol de la vida, 2000), para luego volverse cronista de los migrantes (La Línea/Border, 2001). Y curiosamente ése fue el disco con el que empezó en realidad a cruzar las fronteras.

Una tarde de 2002, el compositor neoyorquino Elliot Goldenthal fue a la Virgin Megastore (ahora desaparecida) de Union Square, en Manhattan, en busca de música y material bibliográfico de México. Estaba preparando el soundtrack de Frida, la cinta dirigida por su esposa Julie Taymor sobre la pintora mexicana Frida Kahlo, y que protagonizaría la actriz mexicana Salma Hayek. Ahí se topó con La Línea/Border. Lo llevó a casa, y tanto él como Julie supieron que habían encontrado algo muy valioso.

Después de analizar la grabación, Julie viajó a la ciudad de México y fue a un concierto de Lila Downs en La Planta de Luz, el club que tenía el escritor Germán Dehesa en Plaza Loreto. Corroboró el talento de la cantante y de sus músicos, y la invitó a ser parte del soundtrack de su película. “Nos emocionamos mucho. Muchas veces no sabes de qué se tratan los proyectos, aunque sean de alguien muy famoso, pero la voz de la experiencia te dice ‘A ver qué pasa, vamos a entrarle'”, dice Lila.

La cinta obtuvo cinco nominaciones al Oscar. La noche del 25 de febrero de 2003, el actor mexicano Gael García Bernal subió al escenario del Teatro Kodak, en Los Ángeles, para presentar a Caetano Veloso y Lila Downs, que interpretaron “Burn it Blue”, parte del soundtrack de Frida, el cual fue premiado en la categoría Mejor Banda Sonora Original.

Lila se convirtió en la primera cantante mexicana en actuar en la ceremonia de premiación de los Oscar, que ese año fue sintonizada, sólo en Estados Unidos, en treinta y tres millones de televisores, además de los cientos de miles alrededor el mundo. Ahí empezó su inevitable internacionalización.

En 2004 presentó Una sangre/One Blood, un disco inspirado en la discriminación, la marginación y la violencia contra las mujeres. Lila se encontraba en Guadalajara cuando se supo que, por ese trabajo, había ganado el Grammy Latino como Mejor Álbum Folclórico. El crítico musical Jaime Almeida, quien formó parte del jurado que otorgó el premio, dice: “La propuesta de Lila tiene aspectos muy ricos. En primer lugar, la reivindicación de los pueblos indígenas mexicanos. Especialmente, los de Oaxaca. Es interesante cómo propone el look. A mí se me hace que también es otra manera de promover lo mexicano de forma orgullosa. La diversidad de géneros que interpreta hace que su propuesta sea muy enriquecida. Es imposible no seguir el trabajo de Lila Downs, porque es una artista que se da a notar”.

Y sí, Lila siguió dándose a notar al compartir escenario con Lou Reed y al actuar en el Festival de las Artes de Hong Kong; al ser llamada para presentarse durante la toma de posesión de Michelle Bachelet como presidenta de Chile en 2006; al alcanzar los primeros lugares de popularidad en Estados Unidos, España, México, Reino Unido, Alemania y Francia; al ser nombrada por Chavela Vargas como su sucesora. “Es muy bonito que se quede representada la canción mexicana con Lila y no que suenen esas cosas raras de chantum-chantán, mejor que quede la música mexicana, esa que nos enorgullece”, dijo Chavela en 2006, en una ceremonia en la se le rindió homenaje.

Después vino la consolidación de Downs “como una de las potencias musicales que ahora tenemos en México”, según Almeida, con sus discos La cantina (2006) y Ojo de culebra/Shake Away (2008), álbum que contó con la colaboración de Mercedes Sosa, Enrique Bunbury y Rubén Albarrán de Café Tacvba.

Al mismo tiempo que su proyección y peso como figura internacional crecieron, Lila siguió pendiente de causas sociales. Ha mantenido su aportación al Fondo de Becas Guadalupe Musalem, enfocado a atender a mujeres indígenas de escasos recursos para que continúen con sus estudios. Por venir de una comunidad machista y ser hija de una madre que alguna vez sufrió los abusos de un hombre, los derechos de la mujer también son de sus temas predilectos. “Me cuenta mi mamá que a ella la iban a arrestar cuando iba caminando por Chapultepec por llevar pantalón. Esto fue en los sesenta. Las cosas han cambiado, y ahora podemos votar y podemos hacer, y decir y trabajar. Pero no podemos hablar en general. Hay mujeres en las comunidades indígenas rurales donde su realidad es muy diferente y por ellas hay que abogar, nosotras las que sí tenemos los privilegios debemos de ver qué podemos hacer para que ellas tengan un lugar importante en nuestra nación”, dice.

En 2006 manifestó su apoyo a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) durante el conflicto magisterial en ese estado. Participó en mítines y marchas, lo que propició un veto no explícito en la entidad entonces gobernada por Ulises Ruiz Ortiz: Lila no podía dar conciertos en su propia tierra. “Sentí mucha frustración, tristeza y miedo. Miedo de que fueran a hacerle algo a mi familia, frustración porque es mi gente, muchos de los temas tienen que ver con mi tierra y con lo que está pasando. Me dice un amigo ‘Es que tú también, le dices perro negro al gobernador’, y le dije no, yo tengo licencia poética, no se trataba de que él fuera literalmente un perro negro, es el nahualismo. Si la gente se preocupa a leer un poquito sobre nuestras tradiciones, eso significa que puedes ser un brujo, un ser humano que se convierte en algún animal para provocar cosas malas en su sociedad”, dice.

Como sea, ella prefiere mantenerse al margen de la política. Ha dejado de leer el periódico porque se deprime, y la idea ocupar un cargo público la hace exclamar “¡Dios me libre!”. Su lucha va por otro lado. “Creo que como un ser independiente y como poeta hago más cambios. A algunos nos toca hacerlo de otra forma, los cambios de mentalidad, de actitud, de provocar regeneración… De eso se trata la música que estoy componiendo, de volver a creer en nosotros mismos y de hacer cada uno lo que puede por su parte. Yo creo que de esa manera se pueden hacer muchos cambios”. No se trata de llamar al levantamiento social; las palabras de Lila son más sutiles. “Por ejemplo, en este disco [Pecados y milagros] compuse un tema para las mujeres que muelen tortillas, y lo hago en verso para que sea divertido y poético: ‘Y mujeres que sus manos alimentan, la que invita aunque nada tenga y pelea por las cosas que sí son buenas’. A mí canciones que oí con Amparo Ochoa u Óscar Chávez me cambiaron la vida, así que espero que mi música lo pueda hacer para algunos”.

En octubre de 2011, Lila Downs presentó su nueva producción Pecados y milagros. El disco está inspirado en Benito, su hijo, que llegó a la vida de Lila y Paul en agosto de 2010.

Sobre la idea de ser madre, Lila siempre pensó “algún día”. Pero a la mitad de sus treinta se activó en ella el deseo de tener un hijo. Por cinco años intentó quedar embarazada, pero no lo lograba. Cuando empezó a tomar agresivos tratamientos hormonales, se dio cuenta de que había que buscar una alternativa. “Estoy mala de por sí de mis riñones y he tenido algunos problemas físicos, pensé: me muero y dejo un bebé, ¡no! Mejor me quedo y disfruto a un bebé”. Fue cuando decidió, junto con Paul, adoptar un niño.

“Fueron cinco años de tristezas, de pensamientos y de quitarse prejuicios que uno tiene. Tenemos muchos prejuicios acerca de la adopción. Me di cuenta de que al no querer adoptar estaba discriminando a otro ser humano”, dice Lila. “Te das cuenta de que tienes una idea errónea de lo que es la vida, de lo que realmente significa, y cuando te das cuenta del aprecio que puedes tenerle a otro ser humano, aunque no sea tu sangre, ahí sí dices ¡qué celebración!”.

Pero Pecados y milagros también es un disco que, en palabras de Lila, “tiene que ver con la música latinoamericana, con la ranchera y con las cumbias, que nosotros combinamos elementos de música boliviana, colombiana, chilena, peruana… Quiero establecer más contactos con el resto de Latinoamérica”, dijo.

El disco contiene las señas personales de Lila: su preocupación por la identidad, la justicia, la espiritualidad. Aquí reinterpretó algunos clásicos, como “Tu cárcel”, el éxito de Marco Antonio Solís de Los Bukis, y “Cucurrucucú Paloma”, que hiciera famosa Lola Beltrán, con quien es fácil identificar a Lila por su fuerte presencia escénica, por su voz.

En una entrevista para The Sunday Times, Lila dijo que había escuchado muchas versiones de la canción, pero que “Lola Beltrán realmente está en mi inconsciente. Queríamos encontrar un espacio más íntimo. Paul, los músicos y el arpista del grupo Celso Duarte contribuyeron a encontrar el espíritu de la canción. Es mucho sobre la Huasteca, donde la gente baila este tipo de música. En el estudio, Celso comenzó a tocarla con un tipo de sonido especial, como el de las guitarras de surf. Nos aportó verdadera chispa”.

Lila también invitó a músicos de distintas latitudes y orígenes a colaborar en este álbum, a gente como Celso Piña, maestro mexicano de la cumbia; a la colombiana Totó la Mamposina, y a los argentinos Illya Kuryaki and the Valderramas.

Para ilustrar los temas de este disco, Lila comisionó a distintos artistas a crear un ex voto que corresponde a cada uno de los temas. Pecados y milagros está inspirado en el trabajo de Alfredo Vilchis, pintor naïf contemporáneo. Los ex votos, sin embargo, fueron ejecutados por artistas del circuito de las galerías cultas, como Daniel Lezama, Dr. Lakra y Daniel Guzmán. Las piezas fueron exhibidas en el Museo Nacional de Arte, en el centro de la ciudad de México.

La promoción del disco significó también una gira exhaustiva, que comenzó en Oaxaca, en la Feria Internacional del Libro, y siguió en Nueva York, Guadalajara (donde también inauguró los Juegos Panamericanos) y el Auditorio Nacional de la ciudad de México. En el Distrito Federal, Lila juntó a más de nueve mil personas. Se presentó con un vestido blanco, corto al frente y con vuelo atrás, cintas de colores, botas y un tocado con flores. Uno de los momentos más emotivos fue cuando cantó “Mezcalito” (“para todo mal mezcalito, para todo bien también”), empinó un trago y bailó con la botella en la cabeza.

No era la primera vez que se presentaba en el Auditorio, el máximo recinto nacional para este tipo de conciertos. En 2006 se presentaron allí también, mientras promocionaba La cantina. Sólo que entonces Lila, Paul y sus músicos venían de Ciudad Juárez. Estaban cansados pero también nerviosos. Ellos mismos se habían aventado a hacer la producción, la inversión era suya y habían sido muy ambiciosos con la escenografía. Pero esa noche, la víspera del gran concierto, entre el cansancio y la confusión, alguien descuidó una maleta con el equipo de audio. Y se perdieron micrófonos, consolas, todo.

Hoy Lila lo recuerda y dice que fue un milagro. Consiguieron equipo prestado y la presentación salió según lo planeado: el público quedó encantado con el mariachi, la banda de vientos y el zapateado jarocho. El estrés fue infinitamente superior al de cualquier otra tocada, pero la satisfacción fue completa.

Hoy, la gira de Pecados y milagros está organizada de una manera más profesional y ha sido maratónica. En marzo, Lila seguía en Estados Unidos. El disco había vendido ya trescientas mil copias en el mundo. Sesenta mil sólo en México. Esto es más que las ventas combinadas de sus discos anteriores. Y por eso se hizo merecedora de un Disco de Platino.

Éste se siente como uno de los momentos más productivos de la cantante.

En marzo también se estrenó Mariachi gringo, la historia de un gringo deprimido que encuentra una nueva vida al sur de la frontera tocando música mexicana. Lila hace el papel de una cantante local. La película ganó como mejor cinta mexicana en el pasado Festival de Cine de Guadalajara.

Lila también está componiendo la música para la puesta en escena de la novela de Laura Esquivel Como agua para chocolate, que se estrenará en Broadway en 2013.

¿Se está convirtiendo en el personaje de su propia película, una que cuenta la historia de una mujer que se sobrepuso a su propio entorno, tejió un destino híbrido y exótico y cruzó las fronteras para triunfar? Tal vez: por lo pronto, es claro que la oaxaqueña deja que sea su magnífica voz la que se imponga. No su personaje. Su voz y su deseo de que sucedan milagros que puedan remediar el cansancio de un México atribulado: “Puede que haya algún milagro, puede que se levante la montaña, como dijo alguna vez Chavela Vargas”. //

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