Lila Downs: Fusión de culturas

David Cortés
No se quiebra en ningún momento. Ese temple y el carácter del cual hace gala son el resultado de la mezcla de lo mixteco por parte de su madre y de lo sajón proveniente del padre. Lila Downs pertenece y, al mismo tiempo, es estandarte de una nueva generación de mujeres: fuertes, pero sensibles; leales, rudas cuando es necesario y muy amorosas y delicadas, llegado el caso.

Hoy, la poseedora de un Grammy y tres Grammys latinos —grabó su primer álbum en 1994 y el más reciente es Balas y chocolate—, hace alarde de esa seguridad en cada una de sus interpretaciones y, como la sangre que recorre su cuerpo, en sus canciones encontramos una aleación que recoge el canto tradicional y lo vivifica con infusiones modernas, en una fusión que se caracteriza por su multiculturalidad y riqueza sonora.

La agrupación que acompaña a la cantante no escatima energía; sin embargo, ésta no es lo más sobresaliente de la tarde. La Downs canta con brío, pero su garganta es muy educada, maneja los matices con solvencia e imprime mucha emotividad a sus interpretaciones, temas que tienen una fuerte base de folk, pero que también se regodean en el pop, hip hop, jazz, cumbia y hasta un poco de rock.

Ella ha pasado de ser una intérprete a la que se veía con curiosidad y benevolencia en sus inicios, a una exponente destacada de la world music, que ahora se da el lujo de imponer condiciones. Es una trayectoria en la cual abundan la calidad y el sentimiento, un par de cualidades que la mexicana-estadounidense explota con sapiencia.

No olvidemos la combatividad. Buena parte de sus seguidores, además de festejar la alquimia sonora, siguen a la mujer por su lírica, por la exposición que de temas sociales hace en cada una de sus melodías. Aquí, el compromiso abre camino y hoy hace una “ofrenda de cantos a nuestros difuntos”, dedica  “Humito de copal” a “los periodistas de América Latina y de México que se encuentran en la línea de fuego”. Hace poco, en una entrevista, señaló. “Soy una persona más de la comunidad latina en Estados Unidos, que se preocupa por lo que está pasando en este país con los latinos”; y sí, su música podrá ser espontánea, fresca y por instantes incluso muy festiva, pero ello no la lleva a quitar el dedo del renglón, ni a dejar la denuncia.

Impera la celebración y la esperanza, el sueño de hermanar a los pueblos de América y para ello invita al argentino Pedro Aznar a hacer un dueto; tributa elegías a Zapata, rinde homenaje a José Alfredo Jiménez y no falta el canto vernáculo, ni las constantes menciones a Oaxaca y Chiapas. Ella y Aída Cuevas hacen una rendida versión de “Cielo rojo” en la que aparecen ecos de flamenco; rememora las raíces prehispánicas e invita al grupo de danza Tloque Nahuaque y a Tribu con su arsenal de instrumentos antiguos a hacerle compañía, mientras las catrinas y las mojigangas engalanan su paso por el escenario.

Lleva a los asistentes por la melancolía cuando acomete “La Llorona”, pero también los invita al baile y sax, trompeta y trombón hacen vibrar la noche; la guitarra imprime algo de tristeza, un poco de blues; mientras bajo y batería tienden una alfombra que por momentos se antoja funk. Esa mescolanza, que en otras manos podría ser un peligroso pastiche, Lila Downs y compañía lo unen con un hilo fino y crean una tela sensual, cálida e incluso erótica.


Foto: Fernando Aceves / Colección Auditorio Nacional

También es lúdica, juega pronto con un falso final, pero regresa con más enjundia y desgrana retazos de música mexicana, con algo de tex mex. Sin embargo, es la cumbia el ritmo que eleva la temperatura, la que seduce y le proporciona un marco de esplendor. Cuando el cierre es inminente, éste lo ejecuta por todo lo alto con un popurrí que parece no acabar para beneplácito de sus fans que hoy le han venido a rendir tributo a esta mujer que cumple veintiún años de haberse iniciado en las grabaciones. Hoy Lila Downs ha dado una muestra de su crecimiento musical, un trayecto que vino a festejar gozosamente y en donde todos, sin excepción, quedan satisfechos.

El nuevo álbum
Quien creciera en Minnesota y Oaxaca comenzó a preparar su más reciente disco de estudio en 2012, obra que desde su inicio supo estaría inspirado en el día de muertos. “Creo que la muerte tiene un sitio muy poético en mi corazón y ha llegado el momento porque soy mamá, el ciclo de la vida. Representarlo como lo hacemos nosotros los mexicanos es único”, dijo a una agencia de noticias. El álbum, Balas y chocolate, lleva ese título porque “estamos entre balas y esas ideas de los excesos, pero también el chocolate permanece y simboliza nuestra fuerza; es un poco como el maíz, representa lo que somos los mexicanos, en la cultura maya y olmeca es muy importante”. La producción estuvo a cargo de Celso Duarte, Aneiro Taño, Paul Cohen (su esposo) y la propia Lila Downs y se lanzó a nivel mundial el 24 de marzo de 2015. Previamente, presentó varias de estas composiciones en el House of Blues de Chicago, transmitidas por el canal Live Nation. Juanes y Juan Gabriel aparecen como invitados en un par de temas (D.C.).

Programa
Una cruz de madera / Humito de copal / La burra / La martiniana / Balas y chocolate / Dulce veneno / La farsante / Vámonos / Cuando me tocas tú (con Pedro Aznar) / Mano negra (con Tribu y Tloque Nahuaque) / La promesa / La patria madrina / Viene la muerte echando rasero / Cucurrucucú paloma / Son de difuntos / Zapata se queda / Cielo rojo - No me amenaces (con Aída Cuevas) / Mezcalito / La llorona / Cumbia del mole / Polka (popurrí).







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